Campo de Milagros Nocturnos

Todo era azul, rosa.. Amarillo convertido en un verde neón sobre cada punta del césped irregular creciendo a nuestro alrededor.

Las plantas de mis patas cosquillearon, el grueso pelaje se batía contra el viento. Una mirada sobre mi hizo que volteara para admirar el reflejo de la partitura del cielo sobre el rostro afelpado de mi cachorro; Gruñí con ligereza y lo acerqué, dejando que se sentara bajo mi barriga con graciosos cabellos marrones cayendo sobre su frente.

El frío era indomable aunque la nieve hubiera cedido y dejara de caer durante aquellos días. No podía descansar mi mente de preguntas; ¿Cuanto faltaría para que aquello terminara, para que tuviera que levantarme nuevamente a cazar?, ¿cómo ayudaría a mi bebé?.

Bajé la cabeza para ver sus grises ojos perdidos sin las puertas del alma, sin el disfrute de sensaciones. Le acaricie con una de mis frías patas y arrugó su nariz con disgusto, asegurándose de olfatear bien y saber que era yo.

Las vivas luces pidieron mi atención nuevamente, los colores iban creciendo y eran mas vivos, casi parecían hablarme con el susurro de largos vestidos de seda rozando entre sí. El aire helado daba la sensación de quemar levemente mi fría nariz.
Tantos sentimientos hicieron que recordara la muerte de mi pareja siendo alimento de otros, y cuanto desearon hacer lo mismo con la pequeña e inofensiva criatura entre mis patas casi dormida de aburrimiento; al escapar habíamos terminado frente a un gran teatro, que subía el telón y actuaba solo para nosotros.

Pequeñas gotas desistieron perdiéndose entre el abundante pelaje, gotas llenas de tormento y de la soledad, que presentía iba a llegar muy pronto a la vida de ambos. El espectáculo había terminado cuando ya estaba perdida mi consciencia del tiempo y apenas podía darme cuenta de que comenzaba a amanecer, mis músculos agarrotados pesaban el doble que antes.

Con gran esfuerzo me levanté y mi cachorro dio una vuelta sobre el césped húmedo del amanecer; sus ojos se abrieron alarmados y quedé estática.

Eran de un hermoso color esmeralda como el verde neón que acariciaba la maleza en la noche anterior, y ahora me observaban con curiosidad. Me acerqué luchando contra la pesadez de mi cuerpo y me dio un beso con su nariz, dándome a entender que veía.

El fuerte quejido de un gran oso se escuchó en todo el matorral; específicamente de una osa que ahora lloraba y rezaba sin darse cuenta a los grandes espíritus, dueños de las maravillas plasmadas en el cielo.